Prologo

Prólogo

Conozco al poeta por su palabra. Lo que dice es; lo define, lo constituye. Escribe y cada verso es el albur de su vida. Pero también es poeta por lo que calla. Su silencio completa frases, revela su interioridad, tiende un puente inasible y copresente. Así el poema se convierte en un crisol que lo transmuta, refleja su alma y, sutilmente, pende hacia el otro, como un vínculo cálido, sincero, querible.

Conozco al poeta y lo siento mi amigo. Sé que él es capaz de acercarse para contenerme, de alejarse para poder ver en la distancia. Es un ir y venir como de oleaje, arrastrando una y otra vez la metáfora de la existencia.

A veces el poema es un entramado de vivencias, una de serie de peldaños que conducen hacia alguna parte. La búsqueda se orienta en el sentido de la luz. Allá va entonces con sus bríos, anhelos, dudas, fracasos, esperanzas, certidumbres, futuros alternos...

Si me detengo a observar me doy cuenta que nada está quieto, todo se mueve permanentemente en la dimensión del tiempo inexorable. No hay cosas aisladas. La poesía vibra aquí, en cada página, haciendo concomitancia en ámbitos que parecen extraños pero que nos son comunes. Y se supera: lo que fue ya no será, y lo que deviene es la realidad que él construye a cada paso.

Un universo de palabras, de elementos, de colores y múltiples formas. Algunas se perciben con los sentidos externos, se aprehenden, se tamizan y resguardan; otras sólo son vistas por el ojo invisible, se registran, se sienten y atesoran.

Una suerte de entrepuertas dan espacio para atestiguar el mundo, y entre medias luces distinguir o interpretar la silueta humana que lo inunda. En una esquina (o en muchas) se yergue el poeta, mi amigo, agitando el vórtice, blandiendo el verbo, diciendo que es.

Yo también me hago parte y los invito: pasen y lean...



Jorge Núñez Arzuaga.

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